Retomar el origen del “Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres” —borrado de la mano de los organismos internacionales— resulta urgente en momentos de avanzada de una ofensiva de la ultraderecha a nivel global, que tiene uno de sus principales capítulos en Argentina y en el centro de la mira, a las mujeres y diversidades trabajadoras.
El 25N tiene sus raíces en la denuncia de la violencia política ejercida por los regímenes dictatoriales, aunque intencionalmente haya ido perdiendo su espíritu de la mano de los organismos internacionales. El 25 de noviembre de 1960 la dictadura de Trujillo asesinaba a las hermanas Mirabal, las “Mariposas”, parte del movimiento revolucionario de República Dominicana.
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El intento de femi-magnicidio contra la ex presidenta Cristina Kirchner en 2022, principal referente de la fuerza popular en Argentina, marca un punto de inflexión e inaugura la vuelta al uso de la violencia como herramienta política. Un año después, Javier Milei ganaba la presidencia.
La vuelta del fascismo y el autoritarismo al control del Estado en este siglo, inaugurado por la presidencia de Mauricio Macri y profundizado por Milei, se propuso como uno de sus principales objetivos destruir la reserva moral e histórica del proyecto popular, apuntando al corazón mismo de su programa: derechos laborales —justicia social—, derechos humanos y derechos de las mujeres y diversidades. Hay una interseccionalidad construida al calor de las luchas que permiten pensar por qué hoy los feminismos populares combinan y personifican estas tres banderas, lo que explica también la escalada de violencia desplegada contra el movimiento.
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Este programa de derecha reaccionaria se sostiene por un entramado internacional que incluye empresarios, partidos políticos, intelectuales, tanques de pensamiento e influencers, que llevan adelante una estrategia de construcción de sentido común. La retórica conservadora de “Dios, Patria y Familia” se combina con promesas de un futuro mejor, erigiéndose como los embanderados de una profunda transformación en base a la “tecnopolítica”.
Nada nuevo bajo el sol, pero con elementos inéditos por la centralidad que asume el terreno digital en la disputa, absolutamente controlado por los dueños de las plataformas (que nadie elige), pero con apariencia de ágora democrática, que instala una neblina cuyo modo de existencia parece escapar a nuestra comprensión.
La cena de la Fundación Faro del 15 de noviembre, protagonizada por Agustín Laje —uno de sus principales intelectuales— y el lanzamiento del “brazo armado de Milei”, autodenominado las “Fuerzas del Cielo”, realizado el 17 de noviembre y organizado por el principal operador Santiago Caputo, arrojan algunas claves para pensar cómo se articula la estrategia de estas “derechas disruptivas”, cargada de símbolos.
Laje, en la cena donde empresarios aportaron miles de dólares, resaltó las victorias conseguidas en términos de “batalla cultural”, citando a Gramsci, cuadro de la izquierda del siglo pasado. Días después, el brazo armado se lanzaba en un auditorio que retomaba la estética de Benito Mussolini, protagonizado por hombres jóvenes. El Gordo Dan —Daniel Parisini—, uno de sus principales influencers, cerraba su intervención diciendo que “van a mantener bien alejados a los zurdos degenerados de nuestras familias y nuestros hijos”.
Su discurso sintetiza el ataque a una gran victoria de los feminismos: lograr instalar socialmente que “lo privado es público”, y por ende, político. Ello inauguró la posibilidad de que las múltiples violencias estructurales sufridas especialmente por mujeres, diversidades e infancias, en el seno de la familia —“la célula del capitalismo”— puedan ser parte del debate público, exigiendo respuestas desde el Estado y movilizando iniciativas comunitarias. Claro, ello también pone en cuestión las bases mismas del sistema y de la propiedad privada de las cosas y los cuerpos.
“…la eliminación del Ministerio de Mujeres y Diversidades, la censura de literatura en provincia de Buenos Aires y el ataque a la Ley de Educación Sexual Integral; la negación de alimentos a comedores sostenidos principalmente por mujeres; un hombre prendiendo fuego a sus vecinas por lesbianas; forman parte de una multiplicidad de hechos que apuntan a construir la categoría del enemigo interno”
Su hilo discursivo distorsiona realidades y trastoca las categorías de víctima-victimario. Las estadísticas hablan por sí mismas: de los 2544 femicidios registrados en 9 años (junio 2015-2024), en el 85 % de los casos el femicida pertenecía al círculo íntimo de la víctima y el 63 % de los casos tuvieron lugar en su vivienda (Ahora Que Si Nos Ven, 2024). El 80 % de los abusos sexuales infantiles suceden en los círculos familiares.
La violencia de sus palabras se combina con un programa político de eliminación de derechos, apuntando a la destrucción misma de los lazos sociales, construyendo relaciones sociales basadas en una profunda deshumanización, que sigue sosteniendo un sistema que ha alcanzado límites históricos de injusticia social.
Un sistema de absoluta desigualdad necesita dispositivos de disciplinamiento cada vez más eficaces y sofisticados. Visualizar la gran maquinaria de propaganda y coerción que se despliega, permite enlazar hechos que a simple vista aparecen aislados: la eliminación del Ministerio de Mujeres y Diversidades, la censura de literatura en provincia de Buenos Aires y el ataque a la Ley de Educación Sexual Integral; la negación de alimentos a comedores sostenidos principalmente por mujeres; un hombre prendiendo fuego a sus vecinas por lesbianas; forman parte de una multiplicidad de hechos que apuntan a construir la categoría del enemigo interno.
“Estos ataques directos, sumados a una escalada represiva violenta, tienen como objetivo el disciplinamiento social y el aniquilamiento de las organizaciones, de la mano de un programa que se enlaza en los sótanos de la democracia, allí donde es violada la voluntad popular”
Volvemos a ver la emergencia de liderazgos “carismáticos”, sostenidos por la construcción del “mito soreliano” y de “los fantasmas” a aniquilar. A través del mito construyen la presencia de un enemigo, del “fantasma del socialismo”, que encarna la amenaza contra los valores de libertad y las posibilidades reales de mejora. Este relato es peligroso cuando el odio y el resentimiento se hacen carne en la sociedad, que identifica a determinados grupos como los responsables de sus males cotidianos (Aguilera, 23 de noviembre de 2024).
Aquí resulta útil traer el concepto de “fantasma de género” de Judith Butler (2024). La autora plantea que el género se ha convertido en una presencia fantasmática capaz de aglutinar miedos, ansiedades y angustias, y se pregunta: ¿Cuándo la palabra “género” se popularizó como el nombre de lo que hay que combatir?
Es evidente que la ultraderecha contemporánea instrumentaliza este “fantasma” y lo extiende penetrando amplios sectores de la sociedad, valiéndose de un profundo descontento social e insatisfacción democrática que emerge de la crisis total en curso. Dicho fantasma es utilizado para movilizar el odio hacia las mujeres y las disidencias, construyendo una narrativa en la que sus luchas son percibidas como amenazas existenciales al “orden natural”, que se exacerban en tiempos de incertidumbre. Estos ataques directos, sumados a una escalada represiva violenta, tienen como objetivo el disciplinamiento social y el aniquilamiento de las organizaciones, de la mano de un programa que se enlaza en los sótanos de la democracia, allí donde es violada la voluntad popular.
En este contexto, es necesario volver a reafirmar que las demandas feministas no son “asunto exclusivo” de mujeres y diversidades, sino que forman parte del corazón mismo de las banderas de toda la clase trabajadora. Y es importante esta reafirmación porque la reacción conservadora también hace mella en las organizaciones populares, donde circulan explicaciones que culpan a los feminismos de las derrotas electorales o consideran que “hay demandas más urgentes” que atender. Esta situación no hace más que socavar la posibilidad de rearticular al movimiento popular en toda su heterogeneidad y superar los intereses corporativos.
Los feminismos y transfeminismos populares han demostrado su capacidad de construir iniciativas en la más amplia unidad, han logrado inundar las calles desobedeciendo el llamado a “quedarse en casa” aún en tiempos de pandemia. Han sabido identificar sus enemigos principales, construyendo sus consignas contra el imperialismo, el capitalismo y el fascismo.
Han entendido que es hora de dar debates profundos, cuando las formas de organización y de lucha conocidas muestran sus límites en momentos de profunda crisis sistémica. No es posible enfrentar a poderes autoritarios con formas organizativas que fueron eficaces en tiempos democráticos.
Desde los feminismos se comprende que lo central es reconstruir los lazos comunitarios, frente a los horrores que se despliegan cuando el Estado se retira de los barrios para dar paso a la instalación de la cultura del narcotráfico y del “sálvese quien pueda”. Se comprende que no hay lugar a salidas intermedias, ni a vacilaciones.
Los feminismos populares están siendo capaces de discutir cómo se construye poder popular real, y de imaginar un futuro posible donde se pueda vivir con dignidad. Y ello con la misma convicción y audacia que Las Mariposas.